Cada vez tenemos más conciencia de la importancia de lograr que la educación sea inclusiva y emocional, pues ello contribuye significativamente al desarrollo de los estudiantes y, al mismo tiempo, a establecer sociedades más equitativas y saludables.
La educación inclusiva
Consiste en proporcionar igualdad de oportunidades educativas a todo el estudiantado, independientemente de sus características, dificultades o habilidades. Para lograr este objetivo, se llevan a cabo tareas como la de adaptar los currículos, las metodologías de la enseñanza y los recursos para poder satisfacer las necesidades de cada estudiante.
La educación emocional
La educación emocional se centra en el desarrollo de habilidades emocionales y sociales en los estudiantes. Esto incluye la conciencia emocional, la empatía, la responsabilidad afectiva, etc. Poniendo en práctica la educación emocional, el alumnado aprende a comprender y manejar sus emociones, al mismo tiempo que se promueve un ambiente de aprendizaje más saludable al saber relacionarse mejor con los demás.
Razones para educar inclusiva y emocionalmente
La educación inclusiva va más allá de garantizar que todos los estudiantes, independientemente de sus habilidades y características, tengan acceso a la misma educación. Se trata de crear entornos en los que cada estudiante se sienta valorado y comprendido. En el aula de filosofía, este enfoque adquiere una relevancia especial, ya que la diversidad de perspectivas enriquece la experiencia filosófica.
Por otro lado, la educación inclusiva contribuye a reducir la estigmatización y discriminación asociadas con las diferencias individuales, ya sea en términos de habilidades, capacidades, género, orientación sexual, etnia o cualquier otra característica. Al promover un ambiente inclusivo, se fomenta el respeto y la aceptación.
La educación emocional, por su parte, aborda aspectos emocionales y sociales que son fundamentales para el bienestar general. Estas habilidades no solo son importantes en el ámbito educativo, sino que también son esenciales para la vida diaria.
Por tanto, la educación emocional tiene un impacto positivo en el rendimiento académico, ya que permite a los estudiantes concentrarse mejor y manejar el estrés. A su vez, les prepara para desafíos sociales como la toma de decisiones o el desarrollo de relaciones saludables.
Ambos enfoques contribuyen a la creación de ambientes de aprendizaje positivos y saludables y fomentan la diversidad y la aceptación, además de ayudar a gestionar conflictos, desarrollar la empatía y promover relaciones positivas.
La filosofía como puente
En la filosofía cuestionamos, analizamos y reflexionamos, tres aspectos que nos permiten explorar los valores, la ética y la conciencia social. De este modo, estamos ante una oportunidad de enseñar al alumnado en qué consiste este tipo de educación. Posteriormente, ellos serán capaces de evaluarla, aportar mejoras, etc.
Pongámoslo en práctica
Para conseguir poner en práctica la teoría, es importante fomentar un ambiente en el aula en el que predomine el diálogo respetuoso, permitiendo que todos los estudiantes se sientan libres de expresarse y, a la vez, que sean escuchados activamente por el resto de compañeros y compañeras.
En clase de Filosofía podemos aprovechar para seleccionar textos filosóficos que reflejen una amplia gama de perspectivas culturales, étnicas, de género… Es decir, podemos ayudar al alumnado proporcionándole material que aborde temas emocionales, por ejemplo.
Proporcionemos una educación de calidad para todo el mundo
Poniendo en práctica la atención a la diversidad y la creación de ambientes inclusivos se garantiza que todo el estudiantado tenga acceso a una educación de calidad, fomenta el respeto mutuo y la comprensión de las diferencias, proporciona apoyo a todos los estudiantes, etc.
Por tanto, la combinación de ambos enfoques, es decir, la educación inclusiva y la emocional, busca crear un entorno educativo que no solo sea accesible para todos los estudiantes, sino que también promueva el bienestar emocional y el desarrollo integral de cada individuo. Al reconocer y abordar las necesidades emocionales de los estudiantes, se contribuye a un ambiente educativo más comprensivo y enriquecedor.