En la era actual, el trabajo es una pieza central de nuestras vidas y de nuestra sociedad. La naturaleza del trabajo cambia rápidamente debido a la automatización, la globalización y las transformaciones socioeconómicas.
No obstante, el trabajo ha sido abordado por la filosofía desde la antigüedad, pues ya Platón en La República, planteaba una división clara entre los roles que desempeñaba cada ciudadano respecto al trabajo. Según él, el trabajo manual era una tarea que quedaba relegada a las clases más bajas, mientras que la búsqueda de conocimiento y la contemplación eran una ocupación para los filósofos y los gobernantes. Además, consideraba el trabajo como una necesidad, no como una actividad que tuviera como objetivo la realización personal.
Por su parte, Aristóteles reconocía la importancia del trabajo para la autarquía de la polis, aunque no lo consideraba un fin en sí mismo. Para Aristóteles, el trabajo manual impedía el desarrollo pleno de las virtudes humanas y, desarrollando este tipo de labores no se encontraba la “vida buena”, es decir, una vida de actividad racional y virtud.

El trabajo en la actualidad
Hoy en día, el trabajo cambia a una mayor velocidad que en el pasado, lo que nos hace reconsiderar qué significa el trabajo en nuestras vidas. ¿Es un medio para obtener ingresos, o tiene un valor en términos de dignidad y autorrealización?
Aunque para algunas personas, el trabajo no es solo una forma de ganarse la vida, sino que también forma gran parte de la identidad personal, muchas otras se sienten alienadas y desconectadas de su labor. Esta alienación fue descrita por Karl Marx en el siglo XIX y sigue siendo relevante hoy en día.
Según Marx, el trabajador se ve separado del producto de su trabajo, de su propia esencia y de sus compañeros. Esta alienación es una forma deshumanización que solo puede ser superada a través de la transformación de las relaciones de producción, es decir, de la estructura social y económica que define cómo se organiza la producción en una sociedad.
Posteriormente, otros filósofos como Hannah Arendt o Michel Foucault han ofrecido su visión sobre el trabajo. Arendt distingue entre tres tipos de actividad humana: la labor, formada por las actividades necesarias para la supervivencia, el trabajo, cuyos productos perduran en el tiempo, y la acción, es decir, la actividad que se manifiesta en la interacción política y social y que constituye la fuente de la libertad y la iniciativa humana.
Foucault, en cambio, se enfoca en cómo el trabajo y las instituciones laborales están intrínsecamente ligados a las estructuras de poder. Para él, el puesto de trabajo no es solo un lugar de producción económica, sino también un espacio donde se ejerce el poder a través de la vigilancia y la gestión del comportamiento.

Ética del trabajo y justicia social
Una dimensión del trabajo que no podemos pasar por alto en el aula es la ética laboral. La justicia en el trabajo no solo implica salarios justos, sino también condiciones laborales seguras, equidad de oportunidades y la capacidad de influir en las decisiones laborales, entre otros.
En este contexto puede ser interesante mencionar al filósofo John Rawls, que en Teoría de la justicia argumenta que una sociedad justa es aquella en la que las instituciones benefician a los menos favorecidos, un principio que se puede aplicar directamente a las políticas laborales.
El trabajo decente para la OIT
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), considera que el trabajo decente “significa la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para todos, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos”.
Al mismo tiempo, también realiza una serie de consideraciones sobre la sostenibilidad en el trabajo. Por ejemplo, el objetivo 8 de la Agenda 2030, insta a “promover un crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el pleno empleo productivo y el trabajo decente”.